sábado, 14 de agosto de 2010

¿Quieres Ser Una Esclava En El Norte?

La práctica de trabajo doméstico varía de país en país. En algunos es algo raro, propio casi exclusivamente de las clases altas. En otros, es una práctica común y popular que sobrevive gracias a que alguna parte de la sociedad todavía está en desventaja con respecto a otros grupos sociales.

Aún más allá, en algunos países ciertas clases sociales están destinadas a la servidumbre de las clases más privilegiadas. Condenados a ser siempre ciudadanos de quinta, y tratados como tales.
Por ejemplo, un grupo que es conocido mundialmente debido a su condición de desigualdad en la India, son los Dalit. Mientras que en Haití, se conoce que hay cerca de 250 mil niños sirvientes, conocidos como restaveks.

En México, el trabajo doméstico es una importante fuente de empleo para muchas mujeres provenientes de regiones pobres, donde no hubo oportunidad de recibir una educación académica formal. Todos los días, estas trabajadoras mujeres cuyas edades van desde la adolescencia hasta la senectud, se levantan dispuestas a desempeñar sus labores en las casas que las emplean.
Algunas viven en la casa de sus patrones, otras llegan por la mañana y se van por la tarde, pero todas tienen algo en común: la necesidad de obtener un ingreso, y limitadas opciones para lograrlo.
La pobreza; el machismo que impide que las mujeres reciban la misma educación que los hombres; la desintegración familiar que deja mujeres con varias bocas que alimentar, pero con pocas herramientas para accesar a un trabajo bien remunerado. Son muchos los factores que propician que esta práctica se siga dando en nuestro país.

En una plática sobre trata de personas impartida a padres de familia, una mujer comentó que un compañero de su trabajo le dijo que por 10,000 pesos mexicanos podía tener una sirvienta para siempre. Que las traían a nuestra ciudad, en el norte del país, del estado sureño de Oaxaca, de las comunidades indígenas, y que la cantidad mencionada se le pagaba al padre de la muchacha en cuestión. Le dijo que las muchachas ya sabían a que venían así que no daban problemas; además, deberían estar “agradecidas” de que tendrían un trabajo para toda la vida. La mujer que nos comentaba ésto dudó que en la actualidad eso pudiera suceder. Pensó que su compañero exageraba, o que era algo así como una leyenda urbana; algo que la gente comenta pero nunca se sabe de alguien a quien realmente le haya sucedido. Al recibir la información sobre la Trata, la mujer relacionó el asunto y lo clasificó como trata. ¡Exactamente! Es Trata de Personas y Esclavitud Moderna. Era tan obvio, pero antes de la plática la mujer no la identificó como tal, sino como una costumbre; algo que practican los indios del sur de México como una manera de suplir sus necesidades básicas como alimentación, abrigo y un lugar donde resguardarse de los elementos para siempre. Una oportunidad para las muchachas de salir de sus empobrecidos pueblos y acceder a un nivel de vida más digno. Jamás lo hubiera clasificado como esclavitud. Al aprender sobre la trata de personas, la mujer se dio cuenta de que la esclavitud ocurre actualmente en nuestra ciudad, y de que no siempre es la típica prostituta golpeada -que se ha vuelto la víctima cliché- quien la sufre.

En mi reciente viaje al sur del país (no a Oaxaca), vi muchas muchachas jóvenes de rasgos indígenas que vendían artesanías en las calles. Me imaginé ofreciéndoles un trabajo de doméstica en el norte. Dijo mi tía, quien reside allá en el sur, que ninguna rechazaría la oferta. Muchas están tan desesperadas por salir de su lugar de origen que dirían que sí en el mismo instante. Y entonces pensé, "que fácil es acabar esclavizada en una casa para siempre". Bastaba que yo preguntara, y tendría una sirvienta instantánea. Ella pensaría que era la oportunidad de su vida.
Los planes que yo tuviera para ella como mi esclava, sólo los descubriría cuando llegáramos a casa.
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